---

Alejandra Ortiz Ochoa


Hace un par de meses, ya de noche, llegó Gonzalo Rivas al periódico. Loco, atrabancado y mandón como era, simple y sencillamente me gritó: “ándale, vente, necesito que me ayudes a detener la escalera”…a mí no me gusta que me griten y mucho menos que me ordenen, pero me ganó la
curiosidad y salí tras él de la redacción de DIARIO DE GUERRERO.
Afuera, en la Avenida Insurgentes, justo frente a las oficinas del periódico, Gonzalo apoyó la pesada escalera metálica en un árbol y nuevamente me urgió… “agárrala duro, tenemos que bajar a un gatito que desde hace varios días está llorando ahí, seguro que se quedó atorado…me vas a ayudar a bajarlo o no?”.
Gonzalo Miguel Rivas Cámara sabía perfectamente que tal vez no nos llevábamos bien, que quizá en muchas ocasiones habíamos discutido por su férreo control del sistema de computación del periódico, en el que nada se le escapaba y en el que nadie podía hacer nada sin su consentimiento o sin que él se enterara. Sabía también, además, que ambos compartíamos algo, nuestro gran amor hacia los animales, sobre todo a los desamparados, a los desprotegidos.
Entonces ahí me tienen, con mi 1.50 de estatura sosteniendo una pesada escalera de metal y al mismo tiempo –ya para entonces-, gritándole y exigiéndole que se quitara de nimiedades y que de plano se trepara al árbol para rescatar al gatito.
Coincidimos eso sí en algo, en que era un bebé gatuno que seguramente fue tirado en medio de la calle y al sentir miedo de la gente, frío y hambre, se subió al árbol para intentar protegerse, así que por eso ahora el pobre animalito, después de muchas horas, lloraba muerto de hambre y frío.
Nos tardamos mucho tiempo, más de una hora, yo jugando a que sostenía la escalera y gritándole a Gonzalo que de una vez por todas se subiera a las ramas y rescatara al pobre animalito. Sobra decir que el pequeño no dejaba que lo tocaran, pero para esas alturas yo y algunas personas que se habían arremolinado en nuestro alrededor, ya le exigíamos que lo bajara.
Total que Gonzalo tuvo que hacerlo, y sin importarle terminar sucio y arañado, finalmente logró nuestro propósito, rescatamos al gatito…Y les aseguro que eso borra todas las malas experiencias y diferencias que pueda haber tenido con Gonzalo, y nos demuestra lo generoso, valiente y compasivo que podía ser…
Y es justamente a ese Gonzalo Rivas al que le truncaron la vida un puñado de jóvenes demenciales sin sentido, unos cuantos muchachos cobardes y temerosos que se tuvieron que cubrir el rostro para exigir lo que a ellos les pareció justo. Pudieron haberlo hecho con la cara hacia el sol, pero como saben que no tienen razón, prefirieron esconderse.
Gonzalo Miguel Rivas Cámara nació en 1963 en Veracruz, en el puerto, su padre fue jarocho igual que él. Su madre, oriunda de Yucatán, Doña Clitia del Socorro Cámara viuda de Rivas lo acompañó ayer junto con su hermano Iván a recibir el adiós de Chilpancingo, de Guerrero, el pueblo al que ofrendó su vida para salvar la de miles más. Así era Gonzalo Rivas, impulsivo, malhumorado, atrabancado y valiente, pero más generoso aún.
Desde hace más de dos décadas Gonzalo decidió adoptar a Guerrero como su tierra, inicialmente vivió en Acapulco y a los pocos meses llegó a Chilpancingo para quedarse para siempre, para formar aquí su familia y echar raíces…
Casi a la par de su llegada a la capital del Estado, Gonzalo comenzó a colaborar en DIARIO DE GUERRERO, en donde desde hace muchos años se desempeñaba como jefe de los sistemas de cómputo del periódico, al igual que en las gasolineras Eva.
Reservado, callado, discreto y ensimismado siempre en su trabajo, Gonzalo era un apasionado de todo lo relacionado con la computación, con los avances tecnológicos y día con día acrecentaba sus conocimientos en la materia. Todos empíricos, nunca asistió a una escuela de informática, tampoco se graduó como ingeniero en sistemas, porque su padre deseó siempre que fuera marino, al igual que él.
Así que muy joven ingresó a la Marina Armada de México allá en Veracruz y fue como posteriormente vino a dar a Acapulco, para quedarse toda su vida en el Estado, aunque no como marino, porque definitivamente no era lo que le gustaba.
En cambio, devoraba cuanto libro de la aún incipiente tecnología en sistemas caía en sus manos y aunque posteriormente quiso ingresar a una escuela del ramo, nunca pudo hacerlo por no disponer de los recursos económicos necesarios para ello.
En DIARIO DE GUERRERO al igual que en las gasolineras en las que laboraba por las mañanas, se encargaba de toda la estructura tecnológica del periódico y si en algún momento fallaba alguna máquina, siempre era necesario, urgente, que fuera él quien acudiera a repararla, porque, celoso de su tarea, nunca permitió que nadie, absolutamente nadie tuviera acceso a los códigos y claves con los que se maneja el periódico.
Y aunque con frecuencia se molestaba por lo que consideraba “maltrato” hacia las computadoras, rezongando siempre terminaba reparándolas en un santiamén…Siempre fue muy reservado en torno a su vida personal, aunque en muchas ocasiones llegaba al periódico con una de sus pequeñas hijas de la que siempre estaba pendiente…le preocupaba mucho y siempre la alimentación de la pequeña y el ámbito en que se desarrollaba.
Ese es el Gonzalo que nosotros conocimos, impulsivo, atrabancado y generoso, un gran amante y protector de los animales, pues llegó a tener más de diez perros que rescató de la calle viviendo con él, en el modesto cuarto que rentaba. En fin, ese era el Gonzalo Miguel Rivas Cámara que yo conocí, y que de ninguna manera merecía la muerte que tuvo. Descansa en Paz Gonzalo, ahora eres hijo predilecto de Chilpancingo y héroe de Guerrero, aunque eso, eso jamás te devolverá la vida y mucho menos te dará la dicha de ver crecer a tus hijas!

Comentarios