EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ
POR: Ramón Durón Ruiz
POR PURA NECESIDAD
Ese sabio de vida que era Anthony de Mello, con una inteligencia innata expresó: “Un niño negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria del pueblo. El pueblo era pequeño y el vendedor había llegado pocos días atrás, por lo tanto no era una persona conocida.... En pocos días la gente se dio cuenta de que era un excelente vendedor ya que usaba una técnica muy singular que lograba captar la atención de niños y grandes.
En un momento soltó un globo rojo y toda la gente, especialmente los potenciales, pequeños clientes, miraron como el globo remontaba vuelo hacia el cielo. Luego soltó un globo azul, después uno verde, después uno amarillo, uno blanco... Todos ellos remontaron vuelo al igual que el globo rojo...
El niño negro, sin embargo, miraba fijamente sin desviar su atención a un globo negro que aún sostenía el vendedor en su mano. Finalmente decidió acercarse y le preguntó al vendedor: Señor, si soltara usted el globo negro, ¿Subiría tan alto como los demás? El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: No es el color lo que lo hace subir, hijo... es lo que hay adentro”1
La moraleja es que a los hombres nos elevan por lo que llevamos adentro, y ¿que son? sino los valores, los que nos conducen a nuestra realización moral, ética, personal y social. Los valores tienen distintas características: “Durabilidad: hay algunos que son más permanentes en el tiempo que otros; Integralidad: cada uno es una abstracción integra de si mismo, es indivisible; Flexibilidad: los valores cambian con las necesidades individuales y sociales; Satisfacción: los valores generan una satisfacción personal en quien lo practica; Polaridad: todo valor se presenta teniendo un contravalor; Trascendencia: Trasciende en el plano concreto dando sentido y significado a la vida humana en sociedad; Dinamismo: los valores se transforman con las épocas.”2
Los abuelos de Güémez, doctorados en personalidad, cada nuevo amanecer pintan su paisaje multicolor con una extraordinaria sonrisa y una mejor dosis de felicidad, enriquecen el arco iris de su vida con los valores que la tradición oral les ha heredado, que los ha llevado a tener un propósito determinado, para que al encontrarse con la misión a la que llegaron a esta carnalidad, la cumplan con alegría.
Los valores, heredados de sus ancestros los han llevado a darle rumbo, sentido y control a su existencia, y sin perder la capacidad de asombro, se regocijan con los milagros de cada día, con sus dones y sus bienes, ocupándose de la tarea sustantiva: construir, trabajar y luchar por edificar su felicidad… porque saben que las adversidades, los problemas y sin sabores… ¡llegan solos!
Es basado en sus valores, como han pagado su cuota de dolor, fracaso, sacrificio y esfuerzo que la fiesta de la vida reclama para llegar sabios, a esa edad en la que ya no se compite, se comparte; en la que se critica menos y se ama más; en la que sus propósitos son claros; en la que se cuentan las bendiciones, en lugar de los problemas, porque han aprendido a bendecir cada nuevo amanecer y con él, el pan nuestro de cada día, aprovechando cada segundo para ser más grandes que sus problemas, para conectarse con la vida a través del amor y del perdón, para renunciar a la necesidad de la aceptación social.
Es a través de sus valores, como nuestros viejos se conectan con sus recuerdos, como sanan las relaciones con sus antepasados, como espiritualmente se preparan para conectarse con ellos y encontrarle sentido a su existencia. Uno de esos valores, está fincado en el respeto, la admiración y el recuerdo a sus antepasados, y cada uno y dos de noviembre, es la fecha propicia para el reencuentro con el dolor de la partida y la alegría del acercamiento con el amor sin límites a quienes han pasado a rendir cuentas al hogar Paterno.
Ellos veneran la muerte de sus antepasados -que los ayudaron a bien nacer, bien comer, bien vivir y les enseñaron a bien morir- y con ellos sus recuerdos, con la magia de sus ritos, la fuerza de su religión, el poder de sus tradiciones, la fuerza de su arte, expresada a través de sus altares, su rica gastronomía, sus cantos en alabanzas, sus juegos malabares que a través de la palabra construye sus calaveras y toda la rica imaginería que el mexicano imprime en torno a algo que teme y respeta como: la muerte.
El Filósofo, es como el mexicano, sabe que reír y jugar con la muerte es una manera de quitarle poder, no porque se burle de ella… sino porque le teme. Lo anterior me recuerda cuando el viejo campesino de Güémez fue a visitar con veneración y amor la tumba de su mamá, ahí se encontró con el Virulo quien le reclamó:
− ¡Oye Filósofo!, cuando se murió el “Cotico”, no fuiste al panteón; tampoco cuando se murió el “Tarura” y no asististe cuando murió el “Parrino”…
− Es que a mí, -respondió el Filósofo- no me gustan los entierros… ¡estaré en el mío, nomás por pura necesidad!
Fe de erratas: En el articulo anterior, mencioné que asistí al Tecnológico de Huejutla, en S.L.P., lo cual no fue así, fue en Tamazunchale, S.L.P.
1.- www.contameuncuento.com.ar/2010/01/globos.html
2.- www.monografias.com › Educación
filosofo2006@prodigy.net.mx/ Facebook:FilosofoGüémez/ Twitter:@filosofoguemez
Comentarios
Publicar un comentario