A N T E S A L A

Jaime (Jimmy) Figueroa

Por: Arturo Soto Gómez

AGRADECIMIENTO. Este es el segundo artículo que publicó en Diario de Guerrero, que siempre me abrió sus páginas para darle cabida a mis opiniones. Hoy, agradezco la gentileza y el espíritu solidario de mi amigo, periodista, Juan Antelmo Guevara Campillo, que me da un espacio. Entro en materia. La
primera vez que vi actuar a Jimmy, fue en las vecindades de la por entonces peleada con el gobierno, Escuela de Agricultura de la UAG., en Iguala, con motivo del primer informe de labores del ex rector, José Enrique González Ruíz. Debido a la confrontación política con el Estado, el subsidio federal llegaba con retraso, los cheques de salario “rebotaban” en el banco y cobrar era un calvario, igual que un triunfo, cambiar el documento. Cuando aquella representación de los actores universitarios estaba en su apogeo y una momia era conducida al catafalco, alguien gritó: ¡Pagaron… en la UAG!, se provocó tal desparpajo que el actor vestido de momia fue lanzado a la improvisada plataforma y actores y público salimos corriendo hacia la agencia bancaria. Eran tiempos de conflicto político pero también de gran camaradería.
Como yo trabajaba en Difusión Cultural, de donde dependía el teatro universitario, hicimos amistad con Jimmy, y conocí algunas de sus facetas humanas que comento brevemente a propósito de su muerte, hace una semana, sin pena ni gloria…como mueren los poetas, los artistas. Jimmy, como la mayoría de actores de entonces (triunfaba aquí y en el país Barro Rojo, un excelente grupo de danza que, finalmente, se quedó en el DF), lo eran por vocación, pero de una gran consistencia en su pertinacia por conocer los fondos de la interpretación, el dominio de voz y cuerpo, la relación de la obra, el actor y su público. En pláticas con Jimmy, me explicaba cómo fueron los filósofos quienes se sirvieron de los misterios y las grandes revelaciones, para sacar conclusiones conceptuales éticas y estéticas, que se aplicaron al teatro. Los grandes mitos que conforman las relaciones individuales y los conflictos sociales como el incesto, el poder, la divinidad, la creación y el significado de la vida y la muerte, no fueron hechos procedentes de la teoría sino vivencias de personajes significados de su acción, en las obras que por entonces montaban los “teatreros” universitarios, como, en tono bromista, se autodenominaban.
Recuerdo que, comentamos con él, con José Bustamante, con Francisco Arzola, que, con otros diligentes universitarios hacían el trabajo con cascaritas de huevo y habanos con algunos de los sobre las cuestiones planteadas en las obras de Esquilo, Sófocles, Eurípides y Shakespeare, que a contrapelo de las más modernas, siguen vigentes, sin sufrir la erosión del tiempo, porque son universales y constantes del género humano. Los jóvenes del teatro universitario de entonces se esforzaban por promover representaciones aquí, en Acapulco, en Iguala, en Taxco. Era aquel un movimiento cultural en que la Universidad, gastaba algún dinero, pero siempre, los actores, subsistían y debían soportar muchas carencias. Jimmy, no se “rajaba”, como le escuché decir tantas veces y tanto él, como sus compañeros le daban vida al Teatro de la UAG. Entendían, como dramaturgos que debían concretarse al hecho mismo de la creación y dejar que otros se encargaran de conseguir el dinero para las muchas actividades del teatro universitario, un teatro surgido, en gran parte, de la intuición, que orientaba los pasos de no pocos actores aquí, en una región poco conocida que me planteaba más preguntas que me daba respuestas.
Había dos o tres actores, diríamos de profesión, invitados por la Universidad. Eran exiliados de sus países y aportaban consistencia al trabajo. Yo, siempre creí que la sociedad es el teatro cotidiano de lo posible y el teatro es así, su reflejo en un ambiente de libertad. Pienso que la sociedad hace posible el teatro y éste a la sociedad. Es la libertad provisoria que ofrece la sala de teatro al espectador, lo que da permanencia al fenómeno teatral en la historia. Pero, son también, actores entregados a su trabajo, como Jimmy Figueroa, como Arzola, los que le dan consistencia al teatro… aun cuando no sean, como en el caso de Jimmy, estimulados o bien tratados. Jimmy, siempre anduvo “jodido”, nunca, después de aquella etapa inicial de los 80s., el teatro universitario tuvo apoyo. Y menos aún, Jimmy Figueroa, a quien varios rectores veían con displicencia. Tal y como lo observó Aristóteles en la Poética, el teatro es el lugar de la expansión ilimitada del pensamiento y de las pasiones, donde el espectador puede aprender las consecuencias del exceso de su acción mientras afirma, al mismo tiempo, su libertad.
Precisamente, lo eterno del teatro radica en ese espíritu de libertad que reúne a los espectadores en un acto efímero que muere y resucita constantemente, como imitación del misterio de la vida. Pero, la comprensión de estas condiciones nunca formó parte del proyecto de alguno de los rectores, posteriores a González Ruiz, que estimuló la creación teatral y muchas otras actividades de difusión: la publicación de libros y revistas, que nunca hasta hoy, alcanzó la producción que por entonces. No respiro nostalgias idiotas ni quiero volver al pasado. Pero, me duele la muerte de Jimmy Figueroa, en condiciones de desatención y descuido por parte de quienes pudieron estimular su trabajo, como el de muchos otros que laboran todavía en Difusión de la UAG. No hubo, hasta hoy, consciencia de lo que significa la libertad de reunión en el teatro, para que los espectadores observen el reflejo crítico de lo cotidiano, y cómo ello, obliga al dramaturgo a servirse del testimonio de lo inmediato para recrear, en el tiempo breve de una representación, la experiencia total del individuo, del grupo y del género humano, fundida en la inmediatez de la realidad y la ilusión, el mito y la historia, el sentimiento y la razón. Este era, sin temor a incurrir en apreciaciones extravagantes sobre Jimmy Figueroa, su interés por el teatro.
Y en ello fundamentaba su vocación. Lástima que haya muerto sin que nunca hubiese sido valorado. El teatro universitario, a mi entender, quiso ser por momentos, un teatro didáctico y en alguna etapa, panfletario. Pero, algunos directores de difusión cultural, el maestro Raúl Rojas, por ejemplo, utilizó el alejamiento o la participación del espectador, según me decía él, en una posición crítica simultánea o posterior al espectáculo. Los documentos de pago, lo que se le ha dado a los actores de la Universidad, si bien a algunos se les liberó tiempo para hacer su Licenciatura, revela que nunca fueron bien atendidos y cualquier conclusión que uno extraiga de lo cotidiano, de sus vidas, serán instrumentos de apoyo a un juicio lapidario contra el desprecio y la desatención que Jimmy Figueroa, sufrió en carne propia cuando quiso hacer un trabajo de mayor alcance y trascendencia. Vaya el lector a ver lo que fue el Auditorio “Juan R. Escudero”, antes centro de múltiples y muchas actividades del Consejo Universitario, y, después dejado a medio recomponer para la práctica de teatro y verá en su abandono, la apatía y el desinterés con que se ha visto la cultura en nuestra Universidad y el trato que merecieron sus promotores. Uno de ellos, muerto ahora, Jimmy Figueroa. Descanse en paz, amigo.

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