LAS COSAS COMO SON…

Por Tomás Benítez cano

ALTAMIRANO DESOLADO

El garbo y altivez de su gente, ahora se han convertido en miradas al piso y cabezas agachadas; la alegría y lo bullanguero está dando paso a los rostros desencajados y llenos de angustia; las conversaciones a gritos de un lado a otro de la calle han desaparecido, hoy son susurros y señas; las palabrotas que acompañaban a sus
conversaciones, son menos altisonantes; el constante ir y venir de la muchedumbre en las calles es cada vez más ralo; la vida loca de 24 horas se redujo a nada. Todo cambió.
Lo que alguna vez le trajo desarrollo, hoy lo está hundiendo en una severa y prolongada crisis financiera y de valores. Lejos está de ser aquella ciudad donde te mantenías hasta vendiendo agua fresca, porque siempre había calor y dinero. Hoy no. Hoy aquella hermosa localidad, que ha llegado a ocupar el tercer y cuarto lugar estatal en la recaudación de recursos fiscales, está muy golpeada; su pujante actividad comercial hoy está semiparalizada; los negocios --sean grandes o pequeños-- están quebrando, ya que son muy altas las cuotas que se les impone por dejarlos trabajar, y porque es más el tiempo que permanecen serrados que el que están abiertos, debido a los constantes hechos de terror que suceden.
Si, estoy hablando de Ciudad Altamirano, donde ya no se puede vivir. Seas pobre o seas rico, tu vida pende de un hilo, porque la guerra que existe no solo es entre los malos, sino que salvó los límites y alcanzó a la inerme sociedad civil. Diario y a todas horas ocurren hechos violentos, mismos que ya ni se publican en los medios de comunicación, aunque ni falta hace porque con sufrirlos basta.
Es tan desgarrador el clima de violencia que se registra en esta minúscula ciudad, que ahora la muerte instantánea causada por ráfagas de armas de fuego, sería lo más deseable de todo aquel que está en la mira de los grupos delincuenciales, porque las otras formas de morir simplemente es degradación humana.
Y son esas prácticas de sadismo, repulsa e inconciencia las que han provocado el pánico, la angustia, histeria e impotencia de la ciudadanía altamiranense, que al ver su estado de indefensión, porque nadie quiere intervenir, prefiere irse aunque pierda todo. Pero en sentido estricto no se van porque así lo decidieron, sino que se van porque los están echando, y eso duele, lastima y te produce resentimiento en contra de tus autoridades que no mueven un dedo para protegerte.
Aunque el secretario General de Gobierno, Humberto Salgado Gómez, se empeñe a desmentir de que NO HAY EXODO EN TIERRA CALIENTE, la realidad es otra. Sólo porque sabemos los riesgos que correrían las familias que huyeron, si no aquí mismo las enlistábamos, comenzando con el número elevado de médicos y prósperos comerciantes. Ya lo declaró el alcalde de Coyuca de Catalán, Elí Camacho, “solo basta pararse en cualquiera de las avenidas de las cabeceras municipales de la Tierra Caliente, para darnos cuenta que el desplazamiento es más grave ahí que en la comunidad de Las Ollas”.
Son inacabables las pláticas e historias y anécdotas que circulan entre la población relacionadas con extorsiones, secuestros, levantones, asesinatos, torturas, amenazas y golpizas. Hay que meterse a las redes sociales y te enterarás de lo que el gobierno no quiere saber. Pero ahí están las pruebas: cientos y cientos de negocios con las cortinas abajo, decenas y decenas de “se vende esta casa” o “se remata esta propiedad”. Son cosas del pasado los jaripeos y las famosísimas carreras de caballo, los bailes públicos. Están guardadas las troconas (camionetas pick-up perronas), los deportivos y los últimos modelos, porque si algo tienen los guaches, es que les gusta presumir y no se andan con pequeñeces, son megalómanos para casi todo. Ni por equivocación son de una chela sino de cartón o de charola. Pero eso entró en receso. Hoy existe mucho miedo y hablar de el entre gente bragada, significa que la situación es de muerte.

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